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El volcán como anfitrión arquitectónico

25 junio 2024

El proyecto Espai Cràter, del despacho de arquitectura VOL studio, encaja la nueva estructura arquitectónica del museo en la estructura geológica natural del lugar.

 

por Marta Rodríguez Bosch

  

Más de 40 volcanes extinguidos forman el Parque Natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa, en  la franja prepirenaica, a un centenar de kilómetros al norte de la ciudad de Barcelona. Espai Cràter, Museo de los volcanes en Olot (capital de comarca de la Garrotxa) es un nuevo centro de interpretación de ese legado natural  que hoy forma una orografía  de suaves colinas habitables. Ha sido proyectado por VOL studio, despacho de arquitectura fundado por Toni Casamor y Anna Codina, en colaboración con BCQ. 

 

En la propia estructura geológica de un volcán, por donde antes ascendió magma desde las profundidades de la Tierra, se ha instalado la estructura arquitectónica que conforma este museo interactivo, para explicarnos la intensa actividad  de las entrañas del planeta.  El proyecto propuesto por el equipo de arquitectos, al ubicar el edificio en posición subterránea, logra además liberar una gran extensión de terreno destinado a nuevo parque.

 

 


Espai Cràter es un proyecto museístico encajado en un volcán extinto.

 


“El edificio forma parte de la experiencia de los visitantes que entienden el volcán como su anfitrión”, explican desde VOL studio. Al llegar, desde el exterior, solo se advierten dos accesos encastados en una colina. En posición enfrentada, generan un paso urbano que atraviesa el interior del edificio. “Un museo contemporáneo no puede ser solo un contenedor neutro capaz de albergar el material museográfico. Construir un museo es también construir la experiencia de sus visitantes. El edificio debe influir en las personas y formar parte del mensaje y los valores que transmite el nuevo centro. En los museos contemporáneos deben mezclarse e interactuar la arquitectura y la museografía”, reflexionan en VOL studio.

 

 


La cubierta del edificio funciona como un nuevo parque para la ciudad de Olot.

 

 

Todo ello se traduce en una volumetría arquitectónica que recrea esa actividad volcánica milenaria: la forma abombada del exterior del terreno es el reflejo de  la fuerza telúrica que modeló los montículos de los volcanes. Algunos muros y lucernarios se inclinan ilustrando bruscos movimientos de la tectónica. La geometría interior en el recorrido del visitante se aprecia rota, afectada por el movimiento sísmico.   
“Por un lado, ayudan a tener conciencia de la fuerza tectónica del subsuelo, como si un movimiento sísmico hubiera desordenado y desestabilizado unas paredes construidas inicialmente con geometrías limpias y neutras”, puntualizan los autores. En el interior de la sala principal, el visitante tiene el privilegio de ver uno de los taludes originales del volcán que la excavación dejo a la vista, formado por lava volcánica enfriada.  Es el lugar real de sus entrañas, arropado hoy por el proyecto arquitectónico que lo contiene y explica.

 

 


La entrada al museo se realiza  por accesos laterales descendentes, que trazan un nuevo paso urbano.

 

 

Los recursos utilizados para construir el edificio se basan en los materiales del paisaje volcánico de la Garrotxa.  El hormigón se formó con piedra basáltica, en los pavimentos interiores se ha empleado arcilla y piedra basáltica, y en los exteriores la misma piedra mezclada con hormigón.  
El empleo de  la “greda”, que es el nombre que recibe la lava volcánica enfriada, ha sido excepcional en este proyecto. Actualmente está protegida y no se puede extraer de sus emplazamientos naturales. Pero, dado que el edificio se ubicó en un volcán extinto y allí abundaba, a la vez que se mantuvo en el lugar, se le dieron nuevos usos como material aislante y drenante tras los muros de contención. Y como material aligerador del peso de la cubierta, e incluso para aportar textura en algunos pavimentos interiores.

 

 


En el interior, los arquitectos recrean los movimientos tectónicos rompiendo geometrías.

 

 

Para las superficies de madera y carpinterías se escogió el haya, por ser una especie forestal muy representativa de la región. De hecho, es el árbol que crece sobre el montículo de la cubierta del edificio, configurando un nuevo parque para la ciudad.  Entreverado en ese hayedo se yerguen un conjunto de farolas de inspiración arbórea, diseñadas por los propios arquitectos. “Son farolas arborescentes que simulan el vuelo de las luciérnagas”, señalan sus autores.

 

 


Un talud de lava volcánica enfriada, original del lugar, es protagonista en la sala principal del museo.

 

 

De noche, la iluminación interior del edificio subraya su condición de museo de volcanes y  remarca la grieta roja que lo atraviesa. Las claraboyas que proveen iluminación cenital de día al interior, de noche devienen pantallas de luz entre la arboleda. Espai Cràter  es también punto de partida para ascender a un volcán emblema de la comarca, el Montsacopa e inicio de otras excursiones a volcanes de la zona.

 

 

todas las fotos: © VOLstudio 

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